
El problema cultural y pedagógico de la atención humana es difícilmente algo nuevo. Sin embargo, la forma en la cual las pantallas han fragmentado nuestra capacidad de concentrarnos en los últimos años ha cambiado de forma importante la manera en la cual se produce información, e incluso el conocimiento. En Suspensiones de la Percepción, el historiador Jonathan Crary revisa cómo diferentes tecnologías han contribuido en la transformación de nuestra capacidad de atender a algo, por periodos significativos y de manera sostenida. Con el tiempo, la primacía de la cultura audiovisual ha generado una relación dialógica con la cultura, donde formas de atención y formas de tecnología se construyen una a la otra. Por ejemplo, la producción de imágenes técnicas que tuvo origen en la invención de la fotografía—y luego avanzada por el desarrollo de la cinematografía—es estudiada por Crary como causa y consecuencia del enfoque diferenciado en estos dos sentidos desde la producción cultural. A su vez, sociólogos como Richard Sennet y Georg Simmel han planteado que el surgimiento de grandes masas humanas viviendo densamente en ciudades ha generado un tipo de proximidad de los cuerpos que nos produce rechazo, una aversión por lo táctil y lo olfativo de la multitud. Por ello, Sennet plantea en la introducción a su libro Carne y Piedra, que para evitar esa proximidad, buscamos quitar nuestra mirada.
De la misma forma, la primacía de las culturas de la pantalla en el mundo contemporáneo es tanto causa como consecuencia de este aceleramiento del imperativo audiovisual que guía el desarrollo tecnológico actual. En 2024, la mayoría de las personas tienen al menos una, si no dos pantallas para su uso personal, las cuales capturan (o neutralizan), casi por completo, nuestro sistema límbico. La producción de información ha sido optimizada para el consumo de contenido que se da en una pantalla personal y por ello es común encontrar, por ejemplo, que los artículos publicados digitalmente nunca sobrepasen las 1,500 palabras e incluyan tiempos estimados de lectura. Esta situación se radicaliza en el contenido de las redes sociales, que ofrecen millones de videos de menos de 30 segundos, tiempo máximo que nuestros cerebros parecen permitirle al consumo de una sola secuencia audiovisual en las redes, antes de buscar un nuevo estímulo.
La pregunta por la calidad de la atención que prestamos a los objetos y hechos artísticos ha sido una constante en mi investigación, e incluso en la forma en la que planteo mis ideas curatoriales. En un artículo de 2017, Isaak Kaplan intentaba dar cuenta de las abismales diferencias de duración entre la experiencia contemporánea de la obra de arte (que vemos en aproximadamente 15 segundos) y el tiempo que, en teoría, necesitamos para asimilar las ideas o sensaciones que ésta intenta producir o proponer (alrededor de cinco minutos). Así, Kaplan pone en palabras concretas una discusión harto común entre las personas vinculadas a las artes visuales y en general a la producción de exposiciones, y que necesita ser considerada de manera más importante en las discusiones sobre la cultura. Si bien muchas instituciones han optado por desplazarse más hacia la gestión de la atención desde los recursos comunicativos del espectáculo, esta plataforma pretende dudar del acto, casi mercadotécnico, de capturar audiencias sin un ejercicio crítico sobre la experiencia. El fenómeno de la atención es uno de los intereses clave de Multiples Metonimias Materiales, ya que los problemas de la narración y la didáctica están relacionados de forma indisoluble con la construcción de una relación de calidad con la audiencia.
Con esta pregunta en mente llegué al estudio de Matias Serrano, un artista chileno que ha enfocado mucha de su práctica en la apropiación de artefactos tecnológicos y su utilización para complejizar la atención de las audiencias que visitan sus exposiciones. Serrano llegó a finales de agosto de 2024 a la Ciudad de México para realizar una residencia con Error Proyecto, y su trabajo me llamó la atención de inmediato, pues se trataba de una forma atípica de atender al problema de la tecnología desde la creación artística. Matías hablaba de forma muy articulada sobre la relación de su obra con el espacio físico, de la necesidad de situar la obra de una manera que desacelere la circulación de la audiencia; también reflexionaba sobre la importancia de la fisicalidad de la máquina, como una manera de generar curiosidad o deseo, que vincule a la audiencia de forma más profunda con la obra.
En la instalación La memoria contándole a la luz el sonido de la lluvia, es posible ver cómo el artista chileno integra estas preocupaciones a la obra: cómo escogió rincones para instalar sus piezas, de modo que la audiencia se detenga en ellas; también, cómo la luz tenue causa una necesidad de observar con detenimiento, para completar los detalles perceptuales que no es posible captar a vista de pájaro. Pero un detalle me llamó la atención de forma crucial: en la entrada de la sala, Matías dispuso una pequeña canasta llena de piedras, junto con un anuncio que indica a las personas que visiten la exposición, que pueden recorrer el espacio cargando una piedra en la mano. Matías tiene un leve déficit de atención—y discutiendo lo que he discutido en esta intervención, quizá a este punto todos lo tenemos—por lo cual no dudé en preguntarle si esta era una estrategia para centrar sensorialmente al cuerpo y así poder recorrer la muestra con mayor atención. Matías respondió de forma afirmativa y me regaló una piedra, que sostuve en mi mano el resto de la sesión, mientras me mostraba el resto de su portfolio, así como las máquinas que estaba preparando para una sesión de experimentación sonora que daría esa tarde de septiembre, en un restaurante de la colonia Narvarte.

Mi intención era experimentar la sensación del peso y la textura de la piedra, para entender cómo mi mente se distribuía entre la sensación táctil de la piedra y el trabajo de Matías en la pantalla y en la mesa, para hacerme una idea de los efectos concretos que esta estrategia tiene sobre la atención. La piedra que me obsequió Matías al principio era arenosa y se deshacía con facilidad, por lo que tuve que cambiarla por otra para no distraerme con la forma en que la superficie se deshacía en mis manos. Una vez cambié la piedra por otra más lisa y sólida, pude entender en qué consiste este truco que intenta enfocar la atención. Al terminar la conversación sobre su trabajo, le propuse este tema de nuevo a Matías, para imaginar juntos cómo escalar el truco de la piedra en la mano a una practica localizada en el contexto de la didáctica museal: me imaginé objetos como piedras, que podrían tener inscripciones, formas, patrones, texturas y acabados relacionados sensorialmente con los objetos que se encuentran en una determinada colección. Así, al llevar la “piedra” en la mano, podríamos extender nuestra relación háptica con los objetos; es decir, no sólo sentir su textura a partir de las cualidades “táctiles” de la mirada, sino también experimentar una estimulación desde las sensaciones de la mano que explora el objeto, en coordinación con la mirada que observa la colección.

Entonces, pensé de nuevo en Francisco Regalado (mencionado en otra intervención), y sus capacidades de fabricación, pues él y su equipo de trabajo en LAAA en la Ciudad de México son los indicados para darle vida a este experimento. La “piedra” sería una especie de artefacto de diversificación de los sentidos, que desborda la atención hiper-enfocada de la mirada y la escucha, para dar paso a experiencias sensoriales expansivas. Si bien la capacidad táctil de los objetos patrimoniales es limitada (por su encapsulamiento en el display museográfico) y por ende su capacidad comunicativa es limitada, este experimento nos permite ir más allá de las limitaciones materiales y normativas del museo para renovar nuestra experiencia con el patrimonio. Me imagino secuencias de texturas sobre la superficie del objeto, como una escritura cuneiforme que permite entender los patrones que se encuentran en los perímetros de ciertas tallas de piedras; o también la sensación lisa de la pátina que cubre una cerámica quemada y pigmentada. Cargar una piedra en la mano es un ejercicio en desarrollo, que tendrá un despliegue mayor en los próximos meses, en diferentes museos de la Ciudad de México.